Artículo de prensa publicado en «La Revista» de Diario «El Universo» de Ecuador, el 14 de Enero 2007
En rutas del continente. Hoteles y turismo en Ecuador
Descubro que Pile es el sitio de donde se originan los mejores sombreros de paja toquilla. El abuelo de Lorenza y el abuelo de su abuelo trabajaban la paja desde niños».
Paula Tagle
nalu1agle@yahoo.com
Aún me asombra cómo la mayoría de los que vivimos en Galápagos, una vez llegados al continente, buscamos aislarnos del ruido y las aglomeraciones, refugiándonos en lugares similares, como por ejemplo la península de Santa Elena. Aquí el paisaje de bosque seco tropical, la aridez y brisa marina, nos hacen sentir nuevamente en casa, protegidos por los sonidos del mar, rodeados de criaturas familiares como cucuves, pelícanos y cangrejos. Pero en estas Navidades muchos buscaron el refugio de las playas, de tal forma que esa paz y tranquilidad ansiadas no fueron tales, al menos no en los alrededores de Salinas. Por eso decidí andar un poco más al norte, hasta la provincia de Manabí, recorrer otros rincones a lo largo de nuestros kilómetros de costa, en gran medida aún virgen e inexplorada.
En Ayangue desayuné el consabido pescado frito, y desde el mirador de la capilla entre Olón y Montañita me dejé maravillar una vez más por el verdor que llega hasta el mismo mar. No hay paisaje que no tenga algo de sublime, porque desértico o frondoso, es fruto de la fantástica diversidad de nuestro planeta. Pero cuando el hombre esparce plásticos, colillas de cigarrillos o botellas, cualquier belleza pierde su esplendor, y a veces hasta llega a transformarse en horror.
Tal vez por eso la playa de los Frailes, en Manabí, tenga la fama de ser una de las más hermosas del país, porque siendo parte del Parque Nacional Machalilla, está protegida, y no se encuentra ni una partícula de basura en sus orillas color turquesa. El ser humano ha habitado esta región por milenios, y durante el periodo de la cultura manteña, entre 800 – 1532 DC,
este sería uno de los centros más poblados del país, con su capital en Salanguito, actual sitio de la comunidad Agua Blanca. Nuestro guía, Carlos Ventura, recita el nombre de cada árbol y planta, tanto de los que siempre estuvieron aquí, como palo santo y muyuyo, como de los que se fueron introduciendo a través de los años para distintos usos, como yuca, mango, aguacate. Carlos pertenece a una de las 30 familias que se dedica al turismo en esta comunidad de 250 personas. Nos lleva por un sendero de dos kilómetros hasta los sitios ceremoniales del pasado, donde cada cinco metros se erguía una silla manteña para los ¡lustres del lugar, y luego nos conduce hasta la laguna de aguas minerales donde hoy, en el presente, se realizan ritos de limpia y purificación. Carlos es un intérprete fabuloso, y un hombre orgulloso de sus raíces, dispuesto a preservar su memoria e identidad. Sigo un poco más al norte. Paso s Puerto Cayo, adormecido en la hora de la siesta; recorro las lomas áridas que a ratos se topan con el mar.
Llegando a Pile
Un poco más al norte, entre dos cerros, sin indicio de océano, aparece Pile. Me intriga su ubicación, sin mar a la vista no puede tratarse de un Pueblito de pescadores. Hay plátanos, papayas, bateas; es un pequeño oasis en el bosque seco.
Camino por entre las casitas, cada una con su huerto, con cerdos y gallinas, hasta llegar a la morada de Lorenza Ordóñez. Es la hora de calor, por tanto Lorenza y sus hijos han dejado de tejer. Descubro que Pile es el sitio de donde se originan los mejores sombreros de paja toquilla. El abuelo de Lorenza y el abuelo de su abuelo trabajaban la paja desde niños.
Temprano en la mañana y en la noche, la familia teje para producir con suerte un sombrero al mes, que si es fino, puede tomarse hasta dos meses. El acabado final se lo da en Montecristi, pero el lugar desde que se seca ia paja hasta que toma forma el sombrero es Pile, en las horas frescas.
Continúo el viaje, con ganas de llegar a un sitio donde seamos solamente el mar y yo, para ver el atardecer y descansar. A la vuelta de una curva pocos minutos al norte de Pile se presentan una roca preciosa, el cabo San Lorenzo, y un pueblito limpio, pequeño, de playa larga. Al final de San Lorenzo diviso un faro, «El Faro Escandinavo«, con las banderas de Ecuador, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega, ondeando al viento de la tarde. Cabañas de techitos verdes y ordenados me invitan a pasar; encuentro parches de flores y plantas de colores varios alrededor de un árbol de algarrobo. Junto a la piscina azul, al pie de un mar azul, me reciben los dueños, Henning Nilsen, de nacionalidad noruega y Napoleón Martínez, ex habitante de Galápagos. Henning hizo carrera como periodista de destinos turísticos, y recorrió el mundo buscando el sitio perfecto, que combinara naturaleza, privacidad, mar y montañas. Halló su nicho en San Lorenzo, y agregando toques de confort y sobriedad, construyó junto con Napo un hotel, o bed and breakfast, que lo tiene todo. Por su parte Napoleón buscaba un lugar que tuviera similitud con las islas Galápagos, desde donde se pudieran ver ballenas y disfrutar de la brisa marina, pero también con cosas nuevas.
Napo me lleva al bosque que queda en los cerros junto al hotel, y sin mucha dificultad, a media hora de caminata, encontramos una familia de monos aulladores, y un bosque secundario donde crecen tagua y paja toquilla, productos básicos de los moradores del lugar.
Realmente el Faro Escandinavo lo tiene todo. A mi derecha la roca de arenisca, al frente una playa divina, a mis espaldas los cerros con más de cuarenta especies de aves, monos y plantas nativas del Ecuador. No muy lejos un pueblito de pescadores, de artesanos de la madera, de tejedores ancestrales de sombreros de paja toquilla. Y sin embargo, en la privacidad del sitio de paredes blancas y nítidas, pobladas de libros, CD de música clásica y pinturas originales, somos solamente el mar y yo a la hora de la caída del sol. Y tan solo un poco más al norte…